miércoles, 28 de noviembre de 2018

LA HERENCIA DE LOS FRANCO Y LA TERRACOTA DE LA MAGDALENA DE MENGÍBAR

Reconstrucción aproximada de la policromía de la terracota hecha por una persona mayor que la recuerda.

      En el año 1960, siendo Gobernador Civil de Jaén don Felipe Arche Hermosa, la Jefatura Provincial del Movimiento convocó el “I Concurso Provincial de Embellecimiento de los Pueblos del Santo Reino”. En aquel concurso participaron muchos pueblos y el primer premio lo obtuvo Mengíbar, regido entonces por el alcalde don Andrés Párraga Vílchez. La entrega de aquel premio la hizo,el día 4 de enero de 1961, la esposa del Jefe del Estado, doña Carmen Polo de Franco, que vino a Mengíbar a tal efecto acompañada del Gobernador Civil y demás autoridades provinciales. Aquella visita fue todo un acontecimiento del que hizo detallada reseña la prensa nacional (ABC), provincial y la Revista de Feria de Mengíbar de 1961.

      Entre los distintos regalos con los que fue agasajada la entonces Primera Dama se encontraba una antiquísima escultura de terracota policromada que representaba a nuestra patrona, Santa María Magdalena, que había pertenecido a un curioso personaje mengibareño, Juan Mimbrera Gámez, popularmente conocido por “Verruga”.

      Juan José Mimbrera Gámez fue un personaje pintoresco y excéntrico que había nacido el 16 de febrero de 1888, en el Pilarejo, nº 2, donde vivió hasta que murió, el 27 de junio de 1959. Una aparatosa verruga negruzca o angioma en la cara junto a un lado de la nariz fue la responsable del cruel apodo, y creemos que le condicionó su carácter y existencia, hasta hacer de él un personaje raro y misántropo, lo que, unido a la soledad en que vivió, derivó en claros indicios de desequilibrio mental con el que transcurrió su vida, en especial sus últimos años.

      Vivió en una amplia casa con claras evidencias de desahogo de labrador acomodado, aunque en sus últimos años presentaba un tremendo deterioro, paralelo al deterioro mental de su dueño; además de que la dejadez era total en tareas de limpieza y mantenimiento, la convertía en eventual almacén de haces de las mieses que segaba, de la aceituna que él mismo se recogía, y lugar de convivencia anárquica con animales. Tenía tierra y olivos. Hasta no hace mucho los agricultores mayores refiriéndose a determinado paraje de olivar del término llamaban “Las de Verruga”. En los últimos años de su vida ni siquiera recogía la aceituna. Cuando venían al pueblo circos o “cantaores”, cuadrillas de muchachos escasos de recursos le “rebuscaban” y vendían su aceituna sin recoger y así sacaban dinero para el espectáculo. Su aspecto externo era tan pintoresco y estrafalario que llamaba la atención; en su planteamiento de autarquía y autosuficiencia, como un náufrago o eremita urbano, llegó a hacerse y a remendarse la ropa con telas de cortina o de lo que encontraba a mano; le recordamos con unos pantalones, o algo parecido, “confeccionados” por él con tela de colchón, caballero en una burra, objeto de burla o de temor de los chiquillos, y siempre con algunas cabras y chotos de reata, que, según Revista de feria de 1961 algunos, estaban medio ciegos por las condiciones de oscuridad en que los guardaba; incluso llegó a hacerse popular el dicho “estás más cegarruto que los chotos de Verruga”.

      Pero el aspecto más curioso de su personalidad, quizás heredado de sus mayores, era su particular religiosidad, a veces exacerbada por sus excesos etílicos, posiblemente el único anestésico de su triste y solitaria existencia, que se manifestaba en aparatosos “Vivas” a Santa Catalina, santa homónima de su madre, a la vez que echaba dinero a los niños como se echaba “roña” en los bautizos.

      Era también algunas temporadas asiduo benefactor de los cepillos de las distintas advocaciones de la Iglesia, en especial del de Las Ánimas. A su muerte sorprendió a mucha gente la respetable cantidad de enseres de tipo suntuario que se hallaron en su casa: grandes cuadros de tema religioso, alhajas, muebles de cierta calidad, aunque totalmente deteriorados, y, sobre todo, la terracota de la Magdalena. Creemos que esta relativa abundancia de arte sacro debía proceder de devociones particulares de sus antepasados, pues hemos oído versiones que decían que fue herencia de algún familiar que había sido santero, sacristán o fraile en algún convento o iglesia. Estas versiones creemos que están distorsionadas por la trasmisión oral y la distancia en el tiempo. Después de algunas indagaciones tenemos fundados indicios de que este antepasado suyo fue don Francisco Pretel de Gámez, Clérigo de Órdenes Menores en la iglesia de San Pedro Apóstol, uno de los personajes más relevantes en la historia de Mengíbar. La madre de Juan “Verruga”, Catalina Gámez Martos, era descendiente por línea colateral de este ilustre personaje, el cual merece una breve reseña biográfica con los datos que aporta nuestro cronista, don Sebastián Barahona Vallecillo, que fue el que lo rescató del olvido (1).    Después de mucho tiempo ignorado, se hizo justicia a este ilustre mengibareño nominando en 1989 una calle en su memoria.

      Don Francisco Pretel de Gámez, (1672 – 1749), era hijo de Matías de Gámez y de Catalina Díaz, de hidalgas familias mengibareñas. El padre había sido Familiar del Santo Oficio y algún antepasado había ejercido el cargo de Regidor Perpetuo.

      Fue don Francisco Pretel de Gámez, además de Clérigo de Menores Órdenes, administrador de la Encomienda de Maquiz de la Orden de Santiago, y de la hacienda que los Velasco poseían en Mengíbar (la Dehesa de Velasco). Era propietario de tierras, casas y de una almazara en la calle Bernabé Vallecillo Olea (que todavía se denomina popularmente “Molinillo”). Vivió en la casa que mucho tiempo después sería de don Jacinto Lillo, (hoy de sus herederos). Pero su importancia histórica radica en haber fundado la primera escuela pública de Mengíbar en 1733. Para ello constituyó un “Vínculo” (Fundación o Patronato diríamos ahora) para la financiación de la misma; es decir, “vinculó” una serie de bienes propios (tierras, olivos, casas) para el mantenimiento del maestro y de la escuela. El Vínculo se extinguió hacia mitad del siglo XIX con un sonado pleito. La penúltima propietaria del Vínculo fue Catalina Gámez (suegra de don Ignacio Lillo Maldonado). La madre de Juan Verruga también se llamaba Catalina Gámez; creemos que les unía remoto parentesco, como a todos los Gámez que pleitearon por los bienes del Vínculo. Indagaremos más al respecto.

Revista de feria de 1961
      Mantenemos la teoría de que la terracota de la Magdalena, así como los enseres, cuadros y alhajas que dejó “Verruga”, procedían, tras los avatares de varias generaciones, del caudal de bienes muebles que se debió repartir entre sus sobrinos a la muerte de don Francisco Pretel de Gámez. En la bruma del tiempo, y por indicios, vemos a este personaje con una filantropía, inquietud cultural y sensibilidad artística poco comunes en su entorno próximo: crea y dota una escuela, erige una artística hornacina con cruz de Caravaca para la estación del Vía Crucis en la fachada de su casa, incorpora también en la esquina de la misma una interesante y arqueológica inscripción latina... En este contexto de persona culta y religiosa no es de extrañar que, entre el abundante ajuar suntuario y religioso de su casa, la terracota de la Magdalena, de incuestionable valor artístico, fuese adquirida o encargada por él como muestra de devoción particular a la Patrona.

      Juan José Mimbrera Gámez, “Verruga”, descendiente de una hidalga familia mengibareña de ilustre prosapia murió como vivió, solo. Recordamos de niño la tétrica escena de la casa con las puertas abiertas y el movimiento de gente en su interior a la luz de velas, (no tenía luz eléctrica), algunos familiares lejanos, vecinos y municipales entrando y saliendo en aquella casa desvencijada.  En el acta de defunción se practica el asiento en virtud de diligencias previas instruidas por orden del señor Juez de Instrucción del Partido.

      Fue, en definitiva, Juan Mimbrera un personaje que no hizo mal a nadie, misántropo, pintoresco y excéntrico, que vivió de lo suyo, y que, con la perspectiva del tiempo, adquiere tragicómica categoría literaria y despierta la mezcla de empatía, comprensión y pena que se siente por los individuos desafortunados y atormentados. Varias cosas, dentro de su caótica existencia, llamaron siempre la atención a los que lo conocieron: la dignidad con la que contenía a los que hacían mofa de su persona y forma de vida, el hecho de haber conservado el legado de bienes de sus antepasados (entre ellos la terracota de la Magdalena), y la recurrente memoria de su madre, Catalina Gámez Martos, quizás la única persona por la que se sintió querido; parece un personaje sacado de una novela de Pío Baroja.

      Sus herederos fueron sus primos, que nombraron a un gestor de la herencia al que adjudicaron un lote como un heredero más. Sus enseres fueron sorteados entre estos herederos. Algunos descendientes de éstos conservan aún cuadros y alhajas. Pero la pieza más singular de este legado fue sin duda la terracota de la Magdalena; su originalidad y valor artístico fue pronto de dominio público, hasta el punto de que iba la gente a verla a casa de su adjudicatario. No pasó desapercibida su calidad artística por personas cualificadas y fue propuesta como delicado obsequio a doña Carmen Polo, cuyo interés por las antigüedades era conocido.

      Una terracota (tierra cocida) es una escultura modelada en barro, cocida después y, generalmente, policromada. El arte de la “terracota” es tan antiguo como la historia de las manifestaciones artísticas
de la humanidad.

Revista de feria de 1961
      Dentro de las limitaciones que nos presenta la malísima calidad de la fotografía, único testimonio gráfico que se conserva (que nosotros sepamos), se vislumbra una Magdalena penitente de rostro sereno y equilibradas líneas, en una composición triangular con una pose escenográfica muy repetida en la imaginería de esta santa penitente, con todos los elementos iconográficos típicos de esta advocación. El conjunto escultórico posee elementos barrocos, pero alejados del exceso de patetismo y truculencia, tan comunes a veces en esta advocación; el resultado es de gran equilibrio y belleza. Tenía la particularidad, que no se aprecia en la foto, pero que oímos de la familia y de los que la conocieron, de que en la parte inferior de la escultura había “un bicho” o sierpe que algunos relacionaban con la leyenda del “lagarto de Jaén”, tan vinculada a la Iglesia y barrio de la Magdalena de la capital, aunque cabe también la posibilidad de ser interpretada como símbolo de las tentaciones del Demonio que acecha a penitentes y anacoretas. El policromado era algo apagado, austero y discreto, como correspondía a la idea ascética de una figura penitente, y en el conjunto predominaba el verde oscuro. No lo sabemos con seguridad, pero creemos que el policromado era vidriado. Tenía una urna de cristal con las aristas de madera que la protegía. Las dimensiones aproximadas de esta urna eran 60 ó 70 cm de largo (frontal), 50 cm de alto y 30 cm de fondo, lo que nos da una idea de que era un conjunto escultórico pequeño, de comodín podríamos decir, propio de una devoción doméstica particular. La urna no se entregó, la conservaba la familia.

      Una vez gestionada la adquisición de la pieza por el Ayuntamiento fue limpiada y restaurada en Jaén y quedó más de manifiesto, y corroborada por el anticuario que llevó a cabo la limpieza, la calidad artística de la misma. Bien pudiera atribuirse esta pieza a “La Roldana”, escultora sevillana que, además de la imaginería litúrgica y procesional, dominó con gran éxito el arte de la terracota en la imaginería religiosa pequeña para devociones domésticas de particulares, o también podría ser de algún discípulo de su escuela.Según testimonio de la familia, ni hubo tasación de la pieza, ni se hizo pago alguno en metálico; les enviaron unos albañiles que les arreglaron el tejado y tuvieron con la familia la deferencia de que una de las hijas tuviera el privilegio de que fuese ella la que entregara el regalo a doña Carmen Polo. A partir de ahí se pierde en Mengíbar el rastro de esta terracota.

Revista de feria de 1961
       La desmesurada afición de doña Carmen Polo por las antigüedades merece una pequeña reseña, ya que la pieza que nos ocupa se sumerge en el oscuro mundo de su particular pasión por estas piezas artísticas. Todos los biógrafos e historiadores que se ocuparon y ocupan de la personalidad de esta mujer y su entorno son unánimes al respecto. Se cuentan multitud de anécdotas sobre esta afición, constatadas incluso por sus más allegados e incondicionales.  Era asidua visitante de los anticuarios de todos los sitios por donde pasaba.  Pero lo curioso es que no sólo era para comprar, sino que también intercambiaba; los trapicheos y cambalaches que hacía con anticuarios y joyeros eran muy conocidos, así como sus salidas a Portugal con esta finalidad. Generalmente los hacía con la complicidad de alguna amiga íntima. El primo “Pacón” (Franco Salgado-Araujo) alude explícitamente a una marquesa de su entorno. Decía que las trapisondas que dicha señora hacía con joyeros y comerciantes para conseguir transacciones ventajosas o sugerir regalos para doña Carmen eran tremendas. Estuvo la Señora cuarenta años recibiendo regalos que, cuando no eran de su gusto o consideraba de poco valor, luego regalaba ella. Su nieto cuenta que con los regalos de sus bodas de oro que le gustaban menos hizo un lote con el que propuso a un joyero un trueque, que finalmente no se hizo porque se opuso Franco, cosa que nos extraña, ya que, según sus biógrafos, él era ajeno a estos asuntos. Paul Preston, uno de los más importantes historiadores y biógrafos de Franco, resume así la personalidad de esta señora: “Carmen Polo era codiciosa. No era nada generosa, y tenía gustos muy extravagantes. Entonces, lo de los regalos llegó a un punto en que se presentó el problema de cómo almacenarlos...”.

      Sus raros gustos y afición por las antigüedades se constataron públicamente en Jaén el día 5 de enero de 1968 cuando, de visita, pidió ver la momia del obispo insepulto, don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, que se guardaba en una cajonera en la catedral. Parece que las ajadas vestiduras, mitra, báculo y libro de las “Odas” de Horacio que sostenía la momia del obispo en la mano no le despertaron el menor interés. La foto de Ortega, que recuerda un cuadro de Valdés Leal, quedó como un interesante documento gráfico de este episodio pintoresco en la historia de Jaén. También visitó, no sabemos si en aquella ocasión, en otras, o de paso, la tienda de antigüedades “Almoneda Rosarte” que Juan José de la Rosa tuvo en Jaén en varios sitios hasta terminar en la Puerta Barrera (Vica, en Diario Jaén 15-3-2018).

      Sus visitas a actos oficiales estaban organizadas al detalle, y casi formaba parte del protocolo, además de la entrega del consabido ramo de flores, la delicadeza de algún otro regalo acorde con sus gustos, de los que informaban discretamente y con antelación las personas de su séquito.


Doña Carmen Polo en su visita a Mengíbar acompañada de autoridades locales y provinciales.
(Foto archivo de D. Sebastián Barahona)
     Para las autoridades locales de Mengíbar de entonces fue providencial la aparición de la terracota de Verruga.Su incuestionable valor artístico estaba a la altura de la ocasión. No podemos saber la valoración que ella dio a tal pieza, y en consecuencia, si la conservó en El Pardo, en el pazo de Meirás o en alguno de sus inmuebles, palacetes y casonas que poseía, y siguen poseyendo los herederos, o si la hizo objeto de alguna de sus transacciones con joyeros y anticuarios.  Pocos meses después de morir Franco la Señora abandonó El Pardo y salieron con ella, sin supervisión ni inventario, numerosos camiones cargados con objetos personales con destino a sus propiedades: Pazo de Meirás; finca Canto del Pico, en Torrelodones; palacete de Cornide, en La Coruña; finca Valdefuentes, en Arroyomolinos, finca La Piniella, cerca de Oviedo; edificio no 8, en Hermanos Bécquer, en Madrid...

       No mucho después del fallecimiento de doña Carmen Polo, en alguna tienda de antigüedades de París fueron apareciendo a la venta algunas de las piezas que coleccionaba esta señora. La revista “Tiempo” publicó el 29-5-1989 un artículo al respecto.

       ¿Dónde estará hoy esta terracota de la Magdalena que fue de Verruga y que un día salió de Mengíbar? ¿Se quedaría en El Pardo? ¿Iría a parar a alguna de las propiedades de la familia? ¿Estará en España o en el extranjero? Si se quedó en El Pardo debe estar inventariada en Patrimonio Nacional.  Haremos las gestiones oportunas para localizarla. Si, por el contrario, está en manos privadas la laborde localización es ardua, por no decir imposible.

       En alguna ocasión en que se ha planteado este tema por parte del Grupo de Amigos de la Historia de Mengíbar han sido objeto de polémica y han quedado en el aire una serie de cuestiones, que hoy traemos a colación, porque son de actualidad mediática y cultural, al estar una parte del patrimonio de los Franco en reparto, otra parte en venta en pública almoneda, y otra parte en litigio con distintas instituciones y colectivos gallegos (tienen esculturas del Pórtico de la Gloria), al morir recientemente su única heredera, Carmen Franco Polo.

       Reconstrucción aproximada de la policromía de la terracota hecha por una persona mayor que la recuerda.

       Al no haber factura ni justificante documental de compra, las cuestiones que se plantean sonlas siguientes: ¿Los albañiles y materiales con que se arregló el tejado de la familia propietaria de la terracota fueron mandados y pagados por el Ayuntamiento expresamente para eso (o detraídos temporalmente de alguna obra pública), o pagados por algún particular, como alguien ha sostenido? ¿El obsequio de la terracota fue un regalo institucional del Ayuntamiento, o de un particular? ¿Aquel regalo se hizo a la institución Jefatura del Estado (representada en aquel momento por su Primera Dama), o a la señora doña Carmen Polo, coleccionista de antigüedades? Ahí dejamos las preguntas.  

       Desde nuestro particular punto de vista mantenemos que la terracota fue adquirida por el Ayuntamiento (así lo ha mantenido siempre la familia del adjudicatario de la misma y el pueblo) y fue un regalo institucional del pueblo de Mengíbar a la Jefatura del Estado, representada en aquel momento por doña Carmen Polo. Creemos que así se desprende de la foto y texto de la portada de la Revista de Feria de 1961.

       Surge el recurrente problema jurídico de si los regalos, vengan de donde vengan, son a la persona o al cargo institucional que ostenta en ese momento. No es ocasión ni lugar de ocuparnos de ello.

       Desde nuestra modesta opinión, de amantes de la historia y del patrimonio artístico y cultural de nuestro pueblo, nos daríamos por satisfechos con localizar la terracota de la Magdalena que fue de Juan Mimbrera Gámez, dejando de lado cualquier tipo de reivindicación; aunque en caso de venta en pública almoneda, “baratillo” o circuito clandestino de arte, podríamos plantear el hipotético derecho de tanteo y retracto que, creemos, tienen las distintas administraciones públicas sobre este tipo de bienes. Una vez localizada, y con el oportuno permiso, haríamos un detallado reportaje fotográfico para su estudio, e incluso podríamos plantearnos la posibilidad de hacer una reproducción de la misma con las nuevas técnicas de 3 D para exponerla en algún espacio de nuestro pueblo.

       Insistimos en que no nos mueve otro interés que el estrictamente cultural de localizar, conocer, divulgar y, en la medida de lo posible, recuperar el patrimonio histórico artístico de Mengíbar. Ya se hicieron en otras ocasiones, y con buen resultado, gestiones para recuperar documentos, estatutos antiguos de cofradías, cartas de libertad de Mengíbar o de privilegio, piezas arqueológicas..., que por avatares de la historia se encontraban en manos privadas. Siempre mantendremos que el patrimonio artístico y cultural de un pueblo debe estar por encima de reticencias y suspicacias de particulares.

       Desde estas páginas hacemos una llamada a todos los “mengibareños por España y por el mundo” por si pudieran aportar alguna información, aunque fuese de forma anónima, sobre esta bella terracota que un día salió de Mengíbar, y hoy pudiera estar en el maremágnum o limbo jurídico en el que actualmente se halla alguna parte del patrimonio histórico-artístico de la familia de Franco.   Cualquier información podría dirigirse al Ayuntamiento Concejalía de Cultura, Amigos de la Historia
o Cronista Local.



Mengíbar, abril de 2018.

Alonso Medina Arellano.

Bibliografía:
1.- Barahona Vallecillo, Sebastián: “La primera escuela pública en Mengíbar”. Revista de Feria de Mengíbar, año 1980. Libro “Mengíbar en sus calles”.
- Fotos. Revista de Feria de Mengíbar año 1961.
- La bibliografía sobre los gustos de doña Carmen es abundante. Por razones de espacio y en aras de la brevedad sólo citamos el libro de Carmen Enríquez, “Carmen Polo. La Señora del Pardo”, en que hace un exhaustivo estudio del tema y aporta bastante bibliografía. También podemos encontrar en Internet muchas entradas con las palabras: “Carmen Polo y las antigüedades”, “herencia de los Franco y patrimonio artístico”, “Pazo de Meirás y patrimonio”, etc.